sábado, 6 de septiembre de 2014

73.000 km de lecciones de manejo (2da parte)

Esta es una continuación de 73.000 km de lecciones de manejo (1ra parte)

Pollitos y pollo frito: ¡pasame una tortillita!

Muy equivocado estaba, cuán equivocado estaba... El bus en efecto iba a plena capacidad: varios niños y madres, nietas y abuelos, un grupo de colegiales,  jóvenes estudiantes regresando de la universidad y trabajadores a punto de finalizar su jornada. ¿Qué tiene de raro esto? Bueno lo que tiene de raro es que aquí encontré el primer y más grave problema del sistema de transporte público y que luego se reflejará en general en el caos del sistema vial de Costa Rica: el costarricense es desconsiderado con los demás.

No estoy hablando de cortesía (señora le cedo mi asiento), de modales (un buenos días al chofer del bus al pagar la tarifa de viaje), hablo de cómo las acciones de las  personas intencionalmente o no afectan a los que lo rodean.

En el bus que viajaba tenía una configuración de: tres asientos, pasillo, dos asientos. Por espacio tuve que sentarme en el asiento del grupo de tres que está justo al lado del pasillo. Yo había notado desde un principio que quienes estaban delante en la fila de abordaje era una familia. Los primeros 10 minutos transcurrieron normalmente hasta que quien creo era la madre de los dos niños al otro lado del pasillo decidió hacer pic-nic en el bus, un jugoso olor a pollo frito empezó a inundar la cabina del bus cuando abrió una bolsa de plástico con aquel festín. Aparte del incómodo olor y lo desagradable de la escena en la que a la señora le corría literalmente gotas de aceite hasta los codos, todo empezó a empeorar aún más cuando inició la repartición del suculento manjar a otros miembros de la familia, ¡en el extremo opuesto del bus! En un momento incluso uno de los niños le dijo a la señora: -Pasame una tortillita, porfa.

Como si no fuera suficiente, del grupo de adolescentes uno había sacado su celular y reproducía música a todo volumen, molestando principalmente a quienes iban iban cerca de los últimos asientos al fondo, donde ellos estaban.

Hubiera preferido dejar la anécdota hasta aquí, pero no, no puedo porque a 15 minutos de llegar a mi destino un señor mayor que hacía un par de paradas atrás se había montado en el bus con una pequeña caja de cartón de esas que hay en Palí para empacar las compras, pero en lugar de abarrotes llevaba pollitos, ¡pollitos vivos! como los del anuncio del INS, solo que estos pollos se le escaparon al pobre señor e iba gateando en el pasillo persiguiéndolos...

Sé que parece como un cuento... pero sí ocurrió. El problema de toda la experiencia ese día en el bus es que  me di cuenta que los costarricenses no cuantificamos si estamos perturbando a la persona del al lado, y aunque parezca minúsculo todo mi periplo en el autobús resume muy bien otros comportamientos que se pueden observar fácilmente en el día a día, y así también en las calles, pero ya escribiré de eso más adelante. Lo grave de ser desconsiderados es que pasamos de una u otra forma por encima del espacio personal de los demás y desconocemos si la otra u otras personas tuvieron un mal día, tienen algún problema o simplemente están cansados y quieren llegar pronto a casa a descansar.

Continúa en 42km: 50 minutos en carro, seco, o 2.5 horas en bus, mojado.

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